Siempre he creído que hay ciertas profesiones en las que la vocación es condición indispensable. Medicina, por ejemplo, ¿quién, si no es por vocación, tiene los ánimos oportunos para inspeccionar el cuerpo humano, de otro humano, estando enfermo y con la voluntad de curarle? Fotógrafo, ¡qué diferencia ¿verdad? entre las fotografías tomadas sin ganas, porque tocaba hacer la foto, y las fotografías en las que el fotógrafo se deja el alma para encontrar el mejor ángulo, la mejor luz y sacar lo mejor del trocito de mundo que tiene delante!
Y por supuesto, profesor. Ser profesor (independientemente de la disciplina) requiere vocación; vocación para transmitir los conocimientos a los alumnos, vocación para enfrentarse a un grupo de personas (o personitas) y conseguir inspirarles para que aprendan.
Aún recuerdo cuando hace ya unos cuantos años me propusieron ser profesora de patinaje. Mi primera respuesta, instantánea y creo que hasta automática fue incontestable: “Ah, no, no, no, de eso nada, que yo en esto soy muy nueva”. Suerte para mí que quienes en su día me animaron confiaban más en mí que yo misma, e insistieron hasta que me oyeron un “Bueno, venga, pero ya veremos”.
Mi único pensamiento era: “vaya responsabilidad, dejar en mis manos a 8-10 personas para que yo les enseñe, porque que sepa patinar no implica que sepa explicar cómo aprender a patinar”. Y claro, las dudas empezaron a asolarme “¿y si no lo hago bien y les explico algo mal?”
Y entonces sucedió; llegó el día en que tuve delante a mis primeros alumnos y tuve que vencer al miedo y de repente todo empezó a fluir. Y no sólo vi que ellos lo disfrutaban, aprendían y lo pasaban bien en clase, ¡sino que descubrí que a mí me encantaba!
La satisfacción que un profesor obtiene cuando ve la progresión de sus alumnos es enorme. Cuando después de todos los esfuerzos que han realizado obtienen su compensación a modo de giro en tijera, una T en una cuesta (sí, sí, ¡que los frenos en T también salen en cuesta!), no puedes evitar una sonrisa.
Las clases no solamente son terapia para los alumnos, que consiguen aprender algo nuevo, desestresarse después de una larga jornada de trabajo o desconectar de problemas cotidianos. Son también terapia para los profesores, que ponemos lo mejor de nosotros mismos en cada clase, buscamos retos y nos reinventamos día a día.
Uno de los mejores momentos de una clase es cuando explicas algo, y ves a todos con cara de póker, hasta que un valiente se atreve a decir…”esoooo, esoooo, eso es imposible profe, yo no soy capaz” y unos cuantos intentos después… “¡mira! ¡Si me sale!”, y no poder evitar una sonrisa, o un “¿Ves cómo sí?” Nosotros sabemos que sois capaces de hacerlo y por eso os lo enseñamos, y por ello nos alegramos aún más cuando lo conseguís.
Pero sin lugar a dudas, mi gran descubrimiento fueron los niños. Dar clases a los adultos es relativamente asequible (una vez has vencido tus miedos), estás hablándole a un igual, con el que puedes empatizar y conectar con mayor facilidad, se comparten aficiones, bromas, estilos de vida, etc. Pero los niños son otro mundo.
Los niños juegan, revolotean, requieren mucha atención y más energía que el más intenso de los partidos de hockey; pero la satisfacción de verlos patinar y pasárselo bien en las clases es indescriptible. Para mí, dar clases a los niños, es volver a ser una niña, ir descubriendo el mundo mediante juegos. Aprender a la vez que nos lo pasamos bien, aprender casi sin darnos cuenta de que lo estamos haciendo. Y conectar con todos y cada uno de ellos. Mi mayor reto, conseguir que me sonrían y que no pierdan la sonrisa durante la clase, y mi mayor satisfacción que se lo hayan pasado bien y vuelvan semana a semana, en muchos casos, gritando mi nombre y corriendo hacia mí cuando me ven a varios metros de distancia.
Dar clases a niños es un desafío, debes adaptar los juego-ejercicios a las edades, tener mil ojos para verlos a todos, estar pendiente de los que se caen, de los que patinan como las balas y de los que se han levantado más perezosos y aprovechan que te has dado la vuelta para sentarse en el suelo. Desarrollas brazos extensibles al más puro estilo Inspector Gadget para recogerlos y darles la mano, manteniendo su confianza. Y juegas, sonríes y disfrutas.
Adoro a todos mis alumnos, los que lo han sido y los que lo siguen siendo, porque de todos y cada uno he aprendido algo (y espero seguir haciéndolo). Me llena de orgullo como profesora y como persona cuando me dicen que les gustan mis clases, sin lugar a dudas es un gran reconocimiento a la responsabilidad de ser ejemplo. Pero he de reconocer que tengo un cariño especial a los niños, a los que están en clases conmigo, y a los que han estado, que siempre me saludan o se abrazan a mis piernas y a los que espero servir de inspiración.
Pilar Velasco
Roller Madrid
Go Rollers!!!
Soy profesora de patinaje en Cuba,deseo mucho conocer otros para ganar experiencia escriban a Yanelis.exija@nauta.cu
Hola! Soy profesora de patín artístico en argentina. Tengo la posibilidad de irme a vivir a España y quisiera saber si hay que acceder a alguna certificación oficial, tomar un curso y rendir algún examen. Muchas gracias!!
Hola deberias mirar en la federación española de patinaje o la de la comunidad autonoma donde vayas a vivir.
Un saludo
Juan
Go Rollers!!!